Referencias


Un ojo de agua, una mirada líquida por Marcelo Leites

en Revista de Poesía Argentina nº 6 junio de 2014

Es curioso, pero creo que los mejores libros de poesía son aquellos en los que el lector puede –antes que cualquier análisis– abandonarse al flujo verbal, al delirio del poeta, a la imaginación que se despliega en el texto, a ese más allá de toda formulación, de toda fijeza. Se abandona, digo, al cambio, a los diferentes estados de la materia. Eso es lo que consigue Alicia Genovese en Aguas, un libro que también parece estar hecho de agua: se escurre entre los dedos cuando queremos abordarlo; refractario al análisis. Como si el agua misma fuera un símbolo suficiente y no se necesitara ninguna exégesis.

Aguas  podría ser definido sólo con un verbo:   Nadar.  De eso se trata el libro y, acaso,  la vida misma.  El acápite de Viel Temperley  que preside la obra,  así lo atestigua: “Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada”.  Y Alicia Genovese también nada,  nada en aguas abiertas, en aguas profundas, en  aguas dulces, en aguas saladas. Nada y cuando no nada, escribe.

Hay poemas dedicados a nadadoras famosas: la argentina María Inés Mato, la norteamericana,  Diana Nyad;  hay otro, dedicado a Hapi, un dios de la mitología egipcia que producía inundaciones del río Nilo,  que favorecían el cultivo. Pero no basta con saber nadar, se trata de dominar el agua, o, mejor, integrarse al agua como un fluido más, manteniendo la respiración adecuada.  La respiración que es también la del poema, porque las aguas del poema/ exigen más que pericia y nadar es hablar con la respiración. Lo mismo hace Genovese con el lenguaje.  La pericia consiste en hacernos creer que no hubo ninguna elaboración previa,  porque el lenguaje suena con tanta naturalidad y fluidez que parece espontáneo. Tenue, casi invisible. Sólo atento a registrar todas las modulaciones posibles del agua: agua del mar, agua de río, agua de lluvia, agua de la ducha. Y  hasta sus formas mínimas: rocío, vapor, niebla.

Pero el agua no sólo es  transparente como el lenguaje, sino también simbólica: en un poema se habla del  gran océano del vivir y en otro de nadar el mar/ como se nada lo real.  En el verso libre encontró ritmos/ palabras que sostuvieran el calor, escribe sobre Mato, y la autora  encuentra en esa forma su propio estilo.  Por eso las palabras se alejan de lo insípido del agua –de la única propiedad del agua de la que se alejan, en realidad–, y se vuelven cálidas. El lugar de emisión de la voz poética oscila de la tercera impersonal a la primera. Son poemas en gran medida descriptivos o narrativos, pero de una gran visibilidad: esa es otra de las pericias del texto: Vemos lo que Alicia nos cuenta.

Leo Un ojo de agua/ se abría en todas/ y en cada una de las cosas/ hasta volverlas físicas/ y maleables, así dice uno de los poemas  centrales, el dedicado al primer filósofo occidental: Thales de Mileto. Thales,  que fue el primero en determinar que el agua es uno de los elementos que constituyen el universo, y que nos constituye, también, porque estamos hechos en gran parte de agua. De hecho, el universo se extinguiría sin el agua. Aguas, frontera/ límite que te arroja fuera/ de la pequeña burbuja/ autosuficiente, escribe Alicia y ahí sospechamos que el contacto con el agua es también lo que nos permite alejarnos del ego; de algún modo sentimos que estamos fusionados con el universo.  En diálogo con el agua tomo/ las mejores decisiones, sostiene. El agua es también el  líquido amniótico en el que alguna vez estuvimos y hay un poema dedicado a la hija que habla de eso.

En el apocalíptico poema penúltimo,  donde la autora imagina una invasión arrasadora del agua por toda la tierra y miles de nadadores con sus gorros de látex (el único poema que habla de las potencias negativas del agua), le pide al agua que no se lleve la belleza, las barcas de los pescadores,  el resplandor de los rayos en el río, que no se lleve  la playa humedecida donde se deshace/ el pensamiento rígido y cede. Y en el poema final,  Genovese decide quedarse adentro del agua para siempre y nosotros con ella, transfigurados y ya perdidos. Las gotas de agua se van deslizando lentamente a través del vidrio oscuro, la lluvia, otra vez, claro, mientras escribo esto, mientras leo a Alicia. Y sé entonces que estoy en el lugar correcto y con la compañía adecuada.  Porque esas gotas que caen sobre el vidrio son las mismas que caen adentro de esta obra y seguirán cayendo siempre dentro nuestro cada vez que la leamos. Aguas es un libro muy recomendable  para leer en el desierto.

Reseña de Aguas por Marcelo Cohen, en Otra Parte semanal.
Enero 16, 2014



Alicia Genovese
Aguas
   Marcelo Cohen

  La natación no estimula las ideas. Es ensimismada y repetitiva, escasa de incidentes y sonidos, sistemática, apta para las consideraciones de física y anatomía y para el pensamiento obstinado. Si transcurre en la naturaleza, el arco de correspondencias y relaciones posibles se abre –con el oleaje, la fauna, las veleidades del cielo—, pero acrece la monótona pugna entre administración rigurosa del esfuerzo, resistencia contra los embates del medio y alianza provechosa con sus potencias. Es esto lo que atrae a los poetas, y no pensemos que sólo por obvias cuestiones de ritmo y  aliento o por las connotaciones de épica y misticismo. La artista norteamericana Leanne Shapton, ex competidora olímpica y autora de una serie de vaporosas acuarelas agrupadas como Swimming Studies, dijo que la natación, fuente de proezas y enfermedades, le había dado el coraje de hacer mil veces algo muy poco especializado hasta que sucediera algo especial, y con eso “una sensibilidad aguda a los usos y el pasaje del tiempo”. De un punto cercano a este Alicia Genovese (diez libros de poesía, dos de ensayos) parte en otra dirección y llega ahí donde el tiempo cede al desprendimiento. Aguas contiene catorce pares de poemas, de estrofa variada, con un breve epigrama a modo de estela entre par y par. Puede leerse como una metáfora: un término son una suerte de informes-poema sobre las asombrosas nadadoras de aguas abiertas María Inés Mato, que con una sola pierna y sin prótesis “cruzó el Beagle, el canal de la Mancha,/ un estrecho impensable del Mar Báltico…/ bordéo el glaciar en paralelo” y “unió el estrecho que separa Malvinas”, y Diana Nyad, que a los 61 años cruzó de Cuba a Cayo Hueso; el otro es el camino del arte poética. Como en toda metáfora, entre los dos términos emerge algo del orden del ser. Nunca mejor dicho: en la desacostumbrada estructura de documental más meditación se abren paso la individualidad del poeta, los otros, la historia, la memoria, el dolor, y la entrega de la individualidad al agua de la vida indiferenciada. “Como si, tan oscurecidos,/ saltar del yo compuesto,/ del yo adaptado, ese pronombre sin eco/ y sin afuera; y nadar,/ soltar sin más la emoción/ e inundar/ la mirada seca/ de la impersonalidad.” Es como si, a la vez que el libro se anega, la que escribe descubriese lo que ya sabía: que el agua siempre ha sido para ella el medio para la versatilidad y las repeticiones de la experiencia: lago de Walden, cadáveres en la resaca, la sábana empapada por la rotura de bolsa. Al contrario que en los de Viel Temperley, el nadador por antonomasia, no hay mesianismo en estos poemas, ni crucifixión; el agua de Genovese es cíclica, pagana, y nadar es mantenerse entre la forma y el deseo, entre la afirmación y el abandono: “Abrir el pecho/ empujando en círculos/ los brazos. Las piernas/ en ángulo de rana/ y echar hacia atrás/ lo que no acompaña;// acostumbrarse a perder…”. Y así como los versos van dejando los rigores de la sintaxis por el tempo  de la brazada, los nombres particulares –traje de neoprene, gorra de goma, caparazones rotos, vértebra de ballena, filamentos de agua viva— dejan paso a los genéricos y los neutros, como en los dos dísticos finales: “y, otra vez, el grito/ de mojadura bajo los chaparrones// el avance del drenaje del corazón/ y la lluvia sobre lo seco”. Venimos al mundo, escribe más o menos Conrad, como si nos tiraran a un río; y nos pasamos media vida pataleando para no hundirnos, sin comprender que se trata de hacer la plancha. Aguas empieza con la natación como deseo y hazaña y termina con la entrega al agua como vía a la indistinción. Es un libro vibrante y calmo: a medida que lo lee uno deja de preguntarse si la conmovida luz de celuloide que lo alumbra es de ocaso o amanecer.   
Alicia Genovese. Aguas. Ediciones del Dock. 70 pp.  

http://revistaotraparte.com/semanal/literatura-argentina/aguas/





CONFIGURACIÓN DEL YO Y POLÍTICAS DE GÉNERO EN LA HYBRIS DE ALICIA GENOVESE

Por Alicia Salomone



http://www.scielo.cl/scielo.php?pid=S0718-22952009000200006&script=sci_arttext


Sábado 16 de febrero de 2008, Revista Ñ

Ecos clásicos, voz contemporánea
En los poemas de La hybris, de Alicia Genovese, resuena el pathos de la tragedia.

Por Juan Fernando García

En la tragedia griega la “hybris” o desmesura, es un rasgo del héroe clásico que precipita el desenlace. Para un lector/ espectador no especializado en el drama antiguo, ese será un momento de Pasión desenfrenada. Para ingresar al poemario de Alicia Genovese (Lomas de Zamora, 1953), es necesario conocer la aproximada definición del término que da el Diccionario de Mitología de Grimal: “Hibris es una abstracción, la personificación del Exceso y la Insolencia”. Puras figuras de la ficción.
Los poemas que componen La hybris establecen un juego de roles, y en la recurrencia a la imagen clásica, cultural, la poeta arriesga una vena lírica, de una contemporaneidad que merece atención. De especial belleza, de desgarrada sabiduría, reverberan infinidad de medidos versos (el ritmo, ajustado a una poética en estas piezas): “La luz del otro/ mezclada en vos/ como una moneda/ milagrosa del mundo.”
En la tragedia, los actores llevan máscaras, son la voz, lo que dicen; así, estos poemas resultan de una interrogación contemporánea sobre ese exceso, sobre esa insolencia, en la voz de una mujer enmascarada en “La resentida”, “La golpeada”, “La desgarrada”, “La que sobrevive en tiempos modernos”, “La sentimental”, “La sedienta”, entre otras.
Dividido en tres partes –El mundo inferior, La discordia, La tierra del desorden--, La hybris cierra el ciclo con un extenso poema que vuelve la mirada histórica sobre otra forma de la desmesura que son los crímenes del Estado. En “Las Erinias”, las protagonistas son las Madres de Plaza de Mayo y una tensión de orden teórico establece las coordenadas para abordar tan cercano y sensible tema: “se feminiza el cuerpo en el dolor/ se desfamiliariza en la violencia.”
De variada estirpe, algunos de estos poemas recuerdan a las “Locas mujeres” de Gabriela Mistral. La personal voz de Alicia Genovese y más de una veintena de espléndidos poemas, hacen de La hybris uno de los libros más sólidos de la poesía argentina actual.



Sábado 22 de marzo, ADN Cultura, La Nación

Entre la máscara y la ira

Por Jorge Monteleone


La hybris es una desmesura, el olvido insolente de la dimensión humana, el orgulloso desafío que lleva al error y la destrucción. Las Erinias -o Euménides o Furias- eran divinidades primitivas que castigaban los delitos de los que, presa de la hybris , cometían faltas contra la familia o contra la estabilidad del orden social. Antígona, enfurecida como una Erinia, desafió a Creonte, el déspota que en su hybris olvidaba sus obligaciones con los dioses, con el bien de la comunidad toda, y se negaba a dar sepultura a uno de sus sobrinos, con el pretexto de que había sido su enemigo político. "Deja que yo y este mi desatino corramos este riesgo" dice la Antígona de Sófocles en el primer epígrafe de este nuevo libro de Alicia Genovese (Buenos Aires, 1953). Aquella Antígona prefería ser tomada por loca, prefería el escarnio, la tortura y la muerte a manos del tirano, antes que dejar insepulto a un ser querido y levantar su dignidad y su memoria contra un Estado opresivo. En el último poema del volumen, "Las erinias", se evoca a esas furiosas, memoriosas Antígonas de hoy, también llamadas locas en su hora, las madres de los desaparecidos: "Madres/ emplazados pañuelos/ para los hijos ausentes./ ( ) Percusión, eco / de una Erinia entregada/ a su insomnio, a su fracaso/ a la indomable razón/ del sufrimiento". Desde ese modelo, que en las figuras femeninas percibe la articulación de un "no", un furor en la palabra que llama, apela, denuncia en su rabia justa, Genovese concibe el poema como el enunciado de una voz femenina proyectada en presencia, singularidad personal, identidad. Pero ese sujeto de mujer no es trascendente, ni esencial. Obra al modo de una máscara: "Una máscara/ para entrar y salir/ de mí,/ sorber/ desilusión y furia// máscara,/ ese otro mío". Las tres secciones de este libro -"El mundo inferior", "La discordia" y "La tierra del desorden"- ordenan una especie de ascesis, de conocimiento en el agudo dolor de la ira por todo aquello que un cuerpo femenino puede tolerar. Un cuerpo cercado por el error, la pasión amorosa, la necesidad, el goce, la violencia, la herida, la enojosa falta, tanto en la intimidad como en la escena pública, en el cruce de hogar e historia. Y para representarlo, Genovese apela a más de veinte figuras de mujer que pueden encarnar un arte de la discordia, por colérico y por discordante. Así se suceden, entre otras, "La resentida", "La excluida", "La impersonal", "La golpeada", "La hostilizada", "La que se va", "La traicionada", "La deseosa", "La atrapada", "La sentimental", "La sedienta", "La sacerdotisa". Ese cuerpo de mujer es una metáfora en el poema: una representación, hasta una impostación que encarna cierta voz femenina, enmascarada en un yo o en un tú. Pero su declarado carácter ficcional es lo que le da una paradójica vitalidad, al modo de un personaje de teatro. Entre la máscara y la ira, Genovese construye una subjetividad creíble, situada en la pasión como "último claroscuro" -contra la hybris que condena, pero también con la hybris que la asalta- y justifica la palabra como negación, réplica, ruptura, lucha. Lo hace con poemas contundentes, un ritmo de versos breves, tajantes, con un vago efecto sentencioso, una vaga ironía despechada. La poesía como una retórica y una moral del encono silencioso, que va de las Erinias a las Madres. Nada complaciente, nada aquiescente, ni compasiva ni servicial: una palabra poética que "limpia el miedo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario